Por Héctor Cruz
Sé que estoy envejeciendo porque cada vez más el tono de mi voz y mis ademanes son idénticos a los de mi padre. Por momentos siento que él ha tomado mi cuerpo y habla por mí.
Esa voz autoritaria que tanto odié en mi adolescencia, esas frases precisas para toda ocasión de las que me mofaba y juré que nunca las repetiría, ahora gobiernan en mí.
Me duele reconocerlo, pero ya no soy un joven. Apenas rebaso los 30 y mi cuerpo ya está en decadencia. Lo noto en el crujir de las articulaciones, en el reflujo que en las madrugadas padezco, pero sobre todo en el tiempo perdido a lo largo de los años que ha erosionado, con la paciencia del oleaje, mi salud.
Lo peor de todo – usaré uno de los clichés que aprendí desde la infancia—es que cuánta razón tenía mi padre, si hay algo más ingrato que un hijo, es una empresa u organización para la cual trabajes.
Mi progenitor, también profeta de mi destino, auguró: con ese carácter te vas a quedar solo.
Laboro en la sección deportiva del diario más conservador –y algunos dicen el de mayor credibilidad en México-, más de 10 años dentro de una redacción me han vuelto totalmente sedentario, además, tanta es la rutina que padezco, esa forma deprimente de la mecanización, que los últimos nueve años edito las páginas del periódico como quien ha cortado carne de un trompo de tacos al pastor durante décadas.
SIGUE...
1 comentario:
Ja! Me voy a robar esa frase de que no es que el tiempo pasado fuera mejor, sólo que éramos menos pretenciosos... Mientras avanzaba la lectura, me carcajeaba y deprimía a partes iguales... Conozco el ritual de los cumpleaños en la oficina, el de sentirse a punto de dejar el trabajo y el de contemplar cómo uno se va convirtiendo en esa gente que lo rodea sin que los hayamos elegido... Como si todos estuviéramos al acecho desde nuestros cubículos, a punto de saltarle a la yugular al vecino... Y después de tantos pensamientos suicidas, asesinos y funestos, uno tiene que volver a la normalidad en dos segundos, pues hay que armar la página del periódico o un discurso (como en mi caso)... Ahggg! Todo tan familiar y tan extraño a la vez...
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