lunes, 6 de agosto de 2007

Texto invitado

Hace algún tiempo conocí a un entonces joven estudiante de periodismo en el Hospital ABC.

Jorge Valdano, el ex futbolista, se había caído de un helicóptero y tanto este joven, como yo, tuvimos que esperar unas horas para saber del estado de salud del argentino.


Es decir, un hombre amante de la literatura y el deporte más bello del Mundo nos había juntado, aunque mi soberbia se encargó de ahuyentar a Raúl.

Pero finalmente, ese caprichoso ineludible, llamado comúnmente destino, me dio una segunda oportunidad de cultivar una amistad con Raúl.

A riesgo de sonar como la Nana Goya, puedo decir que ésta es otra historia, un poco larga y que contaré en otra entrada, ya que el asunto que me ocupa es publicar un texto de Raúl Vilchis, quien ya no es estudiante de periodismo, sino periodista, aunque sigue siendo joven.

Este escrito lo hizo Raúl con motivo de su Viaje a Copa América, que cubrió para la agencia de noticias China, Xinhua.



Depresión post viaje…

Por Raúl Vilchis

Regresé a México de Venezuela con infinidad de historias por contar. Tal vez me he vuelto insoportable hablando tanto como un perdido cuando lo encuentran. Pero en mi computadora empecé a escribir una carta que dejé inconclusa en Maracaibo después de escuchar a Lisa por el teléfono; y después de hablar con ella ayer ya aquí, creí que era necesario ponerle punto final a mi depresión post viaje con este relato.

Me pasó, como es costumbre, que cuando he viajado a otra latitud que no es la mía, siempre recibo recomendaciones, que más bien diría tienen un matiz de prohibiciones: “no camines por tal lugar, no tomes taxis de la calle, ten cuidado con la computadora, no pongas todo el dinero en la cartera, esconde la cámara, cuídate mucho, ten cuidado en el metro, no salgas solo de noche”, entre otras tantas.

Y aunque a mi regreso a esta ciudad me he dado cuenta que la inseguridad ha vuelto a tomar importancia, como en todas las grandes capitales, mucho más en estas de subdesarrollo, me pongo a pensar todo lo que nos perdemos de la vida, cuanta gente dejamos de conocer, cuantos rincones dejamos de visitar, por este miedo que realmente es terrible.

En Maracaibo, donde pasé el mayor número de mis días en Venezuela, parecía que las personas tenían una consigna contra mí. Sentía que era algo personal como los gritos contra al gobierno de Chávez en los estadios. Todo el tiempo me advirtieron que el hotel donde dormí los primeros cuatro días (por la falta de infraestructura los hoteles de paso fueron habilitados por el comité organizador como hoteles de tres estrellas) era muy peligroso y que para salir de ahí sólo debía llamar a una línea de taxis autorizados. También me recalcaron que no siempre se animarían a ir a recogerme porque era una zona muy peligrosa.


SIGUE

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