Hace algunos sábados, el 23 de octubre para ser preciso, vi en el suplemento cultural Confabulario de El Universal que uno de mis escritores preferidos (quizá el santo de mi devoción desde que dejé la adolescencia --es un decir-- cuando idolatraba a José Agustín) presentaría el libro de un autor brasileño.
Decidido, cancelé cualquier compromiso con Liliana y le dije que iría al Zócalo donde se presentaba la feria "La ciudad un libro abierto" para poder escuchar-ver-disfrutar el gran sentido del humor e inteligencia de Enrigue.
Llegué al Zócalo y gracias a la gran organización que caracteriza a los actos culturales y artísticos del GDF, nadie supo decirme dónde se presentaría mi preferido escritor. Después de mucho preguntar, di con un foro lleno de gente. Pensé que Álvaro Enrigue era admirado por mucha gente, pero no. En realidad, las personas sólo se guarecían bajo la lona del sol recalcitrante.
Al final me acerqué a Enrigue con un ejemplar de la primera edición de La muerte de un instalador. Le pregunté si podía firmármelo y accedió pero no traía pluma. Le dije que el autor brasileño sí. Pero es una Mont Blanc, dijo Álvaro con su voz grave, ésas se echan a perder nomás con escribir.
Corrió como 20 metros a donde se encontraba su esposa, Tanya, y regresó sólo para firmarme mi libro. Le dije que me caía muy bien y agradeció que lo leyera. También me preguntó dónde había conseguido el libro. Le dije que afuera de Arcos de Belén, por el metro Salto del Agua, justo afuera del Registro Civil Central.
3 comentarios:
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