Son casi las dos de la mañana y bebo solo frente a este monitor, buscando entre mis archivos encontré este cuento que escribí hace casi 10 años, lo leo y me sonroja un poco y me doy cuenta que era un escritor con futuro en mi adolescencia, ja, ja.
Escucho a José Alfredo, así sin apellido, no hace falta. La melancolía se apoderó de mí desde hace rato. Pasé por Calamaro, por Bob Dylan, pero sólo me enganchó el único existencialista mexicano de la historia, a la altura de Camus o Sartre, nadie como el oriundo de Dolores Hidalgo para explicar los vacíos del alma de los mexicanos. Sus canciones son aforismos.
Escucho por enésima ocasión (cuando "n" tiende a infinito) "Las llaves de la casa", mi canción preferida de José Alfredo. Estoy seguro que Sabina se inspiró en ella para escribir "Calle Melancolía", apuesto mi higado a que así fue. "No quiero oír los pasos del olvido", canta José Alfredo. Bella metáfora. Bien la podría firmar Alí Chumacero. Añoro mi adolescencia, los días de prepa. Los viernes con mis amigos de ese entonces.
Parece que hoy no va a salir el sol
La noche que yo amo es turbia como tus ojos
larga como el silencio, amarga como el mar
La noche que yo amo crece entre los despojos
que al puerto del fracaso arroja la ciudad.
NEGRA NOCHE: Joaquín Sabina
Fecha: la tarde y noche de un miércoles y el jueves en la madrugada; en diciembre.
Lugar: la sicalíptica ciudad de México.
18:00
Recibo una misteriosa llamada telefónica: es Raquelle. Me invita a una posada. Digo misteriosa porque yo creía mi teléfono cortado por exceso de pago. Vamos a vernos en la Aséptica Plaza Comercial de Coyoacán. Me baño, no me rasuro y salgo con prisa, ávidamente, dispuesto a encontrar razones para seguir viviendo, en los ojos de esta mujer.
18:32
Salgo de mi ruinoso depa. Antes me serví un vaso con ron Solera y Cocacola. Escuché Strawberry Fields Forever y pensé en ella. Camino rumbo al Metro. Dejo atrás Tortas Gigantes, Abarrotes vinos y licores, Carnitas estilo Michoacán, Restaurant Bar Ricas botanas gratis música viva a partir de las 8 de la noche, Clutch y Frenos. Verifico su auto, Pinturas Comex Nos cambiamos a la esquina. Entro al Metro. Tengo una manía por leer los anuncios del vagón: “Estudia la carrera de azafata masajista con computación”.
18:52
Faltan alrededor de 10 minutos para que Raquelle haga su presencia, más lo que se acumule. Entro a la gigante e inútil Plaza. Busco un cajero. Quiero sacar 500 pesos pero sólo hay 200. Estoy nervioso, no sé porqué.
19:20
Desde aquí veo el coche de Raquelle. Me toca el claxon tres veces. Es nuestra señal. Subo al Spirit y le doy un beso entre mejilla y labio. Tengo un orgasmo.
19:22
Sigo nervioso. Es porque Raquelle me encanta. Nunca le he dicho nada al respecto; además lo sabe. Somos excelentes amigos desde hace varios años. Sí: amigos, nada más. El señor del auto de junto es igualito a Borges. Se lo comunico a Raquelle y se ríe.
19:30
Me platica de su novio. Un niño con rostro y cuerpo, nada más. Me ofrece un cigarro Lucky Strike. En la casetera suena Pink Floyd: Time. Abro la guantera y encuentro un libro. Mujeres de ojos grandes. Me clavo en la mirada de Raquelle y por poco choca. Hay mucho tráfico... Es diciembre, lógico.
19:48
18 minutos para recorrer 500 metros. En estos momentos me gustaría estar en el bar de la esquina de mi calle, con una puta y un roncito y escuchando a Daniel Santos o a Bienvenido Granda o a José Alfredo Jiménez profeta de nuestro destino. Pero veo las piernas de Raquelle, sus medias de encaje y el principio del liguero... olvido al instante todo lo imaginado en el bar de los desamparados donde los sentimientos de ser un fracasado solitario se cuelan mientras la rocola cambia de canción.
20:00
Por poco chocamos otra vez. La culpa fue de dos policías que al mismo tiempo dijeron “avanza, avánzate”. Y de todos lados avanzaron los autos. “Ponte de acuerdo, pareja”, le dijo el más feo al otro.
20:10
Suena Shine on you crazy diamond y escuchar esta rolísima de más de quince minutos es otra forma de tener un orgasmo, de viajar. Y si le agregamos las piernas de Raquelle ma belle, es el cielo. Verídico maestros.
20:17
Sigue sonando la misma canción. Siempre he tenido una fantasía: que en un table dance, te dejaran escoger la canción. Yo escogería ésta. Nunca me ha gustado la Portales, colonia hacia donde nos dirigimos. Ya casi llegamos; el perfume de Raquelle es como ella: exquisito. Es perfecta.
20:18
Sí, es perfecta...
20:25
Llegamos al edificio de Rita. Adorable Rita. Entramos a su departamento, creo que es el 403. Hay como 30 invitados. No sé cómo caben aquí adentro. Tras los saludos de rigor me dirijo a una mesita donde se encuentran impolutas botellas de alcohol. Hay tequila, ron, güisqui, vodka, brandy y mezcal. Yo estoy junto a Raquelle y suena Dead Can Dance. Me cae: este lugar es lo más parecido al paraíso, aquí en la pervertida tierra.
20:35
Llevo tres tequilas dobles. Raquelle me cuenta de Esdras, su novio. Si llega a la posada no le hablará, ni lo mirará siquiera. Hace dos semanas que no le habla. “Que se vaya a la chingada, además”.
20:48
Suena el disco Pearl de Janis. Yo fumo como maldito. Rita y Raquelle platican. Quiero mucho a Raquelle y la admiro. No presume de ser feminista nomás porque lee a Rosario Castellanos, a Silvia Molina a Poniatowska o a Simone de Beauvoir. Es hora de pedir posada.
21:00
Llega Esdras. Me sudan las manos. Corre a saludar a Raquelle. A mí me toca pedir posada. Salimos alrededor de 20. Yo mejor voy a tomar aire. Regresó al departamento de Rita después de como seis cigarrillos. Es el 405 me dice la viejita del 403.
21:30
Raquelle ya está con Esdras. Felices. Yo tomo ponche y no me siento bien: son los celos. No me aparto ya de la mesita transformada en cantina. Ahora suena Límite o algo así: “Te aprovechaaaaas porque sabes que te quierooooooo...”
21:45
Platico con tres amigos: Óscar, Híjar el árabe y José Luis. “Ya olvídala, pendejo”. Voy al baño y en el camino me la encuentro. “¿Te llevas mi coche? Mañana voy por él. Esdras me está esperando. Chao. Te quiero”.
22:05
“Esdras me está esperando” ¿Y yo qué? Yo también y desde más tiempo. Sus palabras duelen. Ese güey sólo la quiere por el sexo... Y yo por sus ojos.
22:14
Mejor me voy. Salgo sin despedirme de nadie. Subo al coche. Sigue sonando Pink Floyd. Paradójicamente es Wish you were here. Tengo que hablarle a Raquelle. Me está llevando la chingada.
22:16
En la esquina hay un teléfono. Bajo del auto y marco al celular. Cada tecla estremece mi estómago: “el número Telcel que usted marcó está fuera de la zona de servicio”. ¿Adónde la llevaría? ¿Al mirador de Cuernavaca? Mientras asociaba estas ideas salió de la oscuridad un indigente totalmente ebrio. Se rió de mí y balbuceó: “Estás viejo, cansado, fatigado. Con trastornos glandulares, piernas flacas y deformes. Escasez de busto, esterilidad, osteoporosis, mal de amores, gota, estrés, cáncer en el corazón, apnea, diarrea, alto colesterol, cirrosis en el alma, hepatitis, gonorrea, ladillas e hipertensión”. Le dije lo más mexicano que existe: lo mandé a la chingada. “Cállate, cállate o te mato”, pronunció. Y con la mano hizo como si sacara una pistola. “Se trata de salvar al mundo, ¿no?”, tartamudeó. Ni madres, le contesté. Mejor me salvo yo. Se recargó en la caseta y se quedó dormido. Yo arranqué el Spirit, rumbo a casa de Raquelle.
22:40
Estoy frente a su casa. Dejo las llaves en el asiento, pongo el bastón y cierro el coche. Antes saco el libro Mujeres de ojos grandes. Ya es mío. Le dejo una nota en el parabrisas: “No me volverás a ver. Te amo y no hago otra cosa que pensar en ti”.
22:45
Este taxi se dirige hacia el bar de la esquina de mi calle. A lo mejor lo conocen. Se llama El boulevard de los sueños rotos. Dan buena botana y las gordas nunca te tratan de robar.
23:13
Me quedan 250 pesos. Compro una botella de Solera y cigarros. Si esto fuera una película, de fondo sonaría Perfidia de Lara o El día que me quieras de Gardel o Te solté la rienda de José Alfredo. Pero como es un cabaretucho tocan Luces de Nueva York de la Santanera.
23:30
Voy al baño del Boulevard. Orino fuera de la barra libre. Si vas a alguna cantina, bar o cabaret, no olvides orinar fuera del mingitorio, excusado o barra, haciendo circulitos. Si no es como si nunca hubieras estado allí. ¡Ah! Y no se te ocurra lavarte las manos.
02:30
Quedan aproximadamente, a ojo de buen cubero, 35 ml de Solera. Desde hace rato escribo poemas en las servilletas. Todos ellos para Raquelle. Son abstrusos, absurdos e ininteligibles. También hace frío.
02:42
Ya no tengo qué beber. Ni dinero, ni trono, ni reina. Voy a la barra y empeño mi reloj Casio. Me dan tres vasos de ron con coca. Me vieron la cara... Yo los pedí campechanos.
03:33
Le pregunto la hora al ebrio de la mesa de junto. ¡No lo puedo creer! Raquelle cruza la puerta del bar. Me salgo con un vaso en la mano. Me siento en la banqueta y desde aquí puedo ver su auto. No hay luna y hace mucho frío. Raquelle sale y me dice “¿qué onda?” Yo sólo miro mi vaso medio vacío. “¿No que me amabas?” dice Raquelle y se dirige hacia su coche. Raquelle no es de las mujeres que esperan, mucho menos toda la vida. Ya no existen las princesas ni los príncipes azules y el mercader de sueños ya murió.
??:??
Raquelle en su auto. Yo en el suelo. Toca tres veces el claxon. No me inmuto. Arranca, se detiene un momento frente a mí y como no la miro, avanza. La para el semáforo. Sólo veo dos luces rojas. Tres con la del semáforo. Cambia a verde. No avanza el auto. Toca nuevamente tres veces el claxon. Yo saco su libro de mi chamarra. Vuelve a tocar tres veces. Por un momento pienso en ir. Espera alrededor de diez segundos y da vuelta a la izquierda. Es una oscura madrugada fría. Lo que hizo Raquelle es como un perdón en la fila de la muerte dos minutos demasiado tarde. Y hoy no va a salir el sol.
Diciembre de 1998
Héctor Cruz