Este domingo 2 de julio, en cuanto instalen la casilla iré a votar por Andrés Manuel López Obrador, para Presidente de México.
Digo que a primera hora, porque el domingo trabajaré, pero afortunadamente entro a las 11:00 am a REFORMA, donde nos espera una larga larga (sin albur) jornada electoral.
Por otra parte, ayer AMLO cerró su campaña en el Zócalo. La gente se desparramaba por las calles aledañas (20 de Noviembre, 5 de Febrero, Madero, Tacuba, etc.) cual si se tratara de un concierto de Café Tacuba.
Sonrían, la alegría está por llegar, jajajajajajajajajajajaja.
Muera Fox, muera Calderón y los Hildebrando.
El Peje de la gente con la Catedral Metropolitana de fondo al Norte.
Pejesombrero
La Plaza de la Constitución
chilango.unam.CU.sintítuloprofesional.lector.óscar.bebedor.borderlined.soberbio.envidioso.éric. primogénito. imprudente. comun(icólogo). amor(al). tijuana. marte. sabina. compulsivo. impulsivo. angulo. corralejo. periodista. vicio. porsupuestoliliana. chela. charlesbukowski. temporadadepatos. ÁlvaroEnrigue. ironía. loscabos mamonez. mar. llanto. Prepa3. (i)letrado. boquiflojo. hermanos coen. aute. desertordeletras.
jueves, 29 de junio de 2006
sábado, 17 de junio de 2006
jueves, 1 de junio de 2006
Manual para canallas
Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
01 de junio de 2006
Danzar bajo la lluvia
Sentado en aquella banca me sentía a salvo. La lluvia era intensa, pero a mí no me importaba. Aunque eran las siete de la noche, aún no oscurecía. El aguacero apenas comenzaba y la gente corría a refugiarse bajo cualquier cornisa o trataba de conseguir un taxi que no estuviera ocupado. Traté de terminar mi cigarrillo, pero era imposible que no se mojara. Me quedé inmóvil, mirando los autos pasar, sintiendo el agua recorrer mi rostro. Sé que sonará extraño, pero nunca me sentí más seguro, más libre que en ese momento. Media hora antes había renunciado a mi pésimo trabajo en una agencia de publicidad y a un jefe estúpido que pensaba que sus campañas eran una maravilla, aunque no tuviera un sólo cliente importante. Si algo me chocó siempre fue tener que pulir frases del tipo de "en época de tormenta, no salgas sin tus Salvavidas" o "Chiquito, pero grandioso" y "Detrás de un gran hombre, hay una gran tarjeta de crédito". Así que esa tarde le dije a Rodolfo que estaba harto de sus ideas baratas y sus comerciales tontos. Me observó incrédulo, quizá pensando que hay que ser un imbécil para renunciar a 15 mil pesos mensuales. Pero es que no puedes renunciar así-como-así, intentó retenerme. Claro que puedo, sentencié mientras recogía mis escasas pertenencias. Por lo menos me tienes que avisar 15 días antes, creo que dijo. No manches, a poco tú me avisas que no me vas a dar bono de productividad con una semana de anticipación, reclamé, porque a fin de cuentas me entero el mero día de pago. El pinche Rodolfo siempre me ha dicho que mis ideas son muy rebuscadas para sus clientes, pero lo que no acepta es que, curiosamente, esas mismas ideas se le "ocurren" después a su esposa que trabaja en una agencia de publicidad más importante. Es casualidad, me explicó cuando le comenté que era la tercera vez que mis conceptos desechados eran retomados por la agencia de su vieja. Además no eres el único tipo original de este planeta, se burló una noche en la que festejábamos en bola el cumpleaños de Nuria, su secretaria y amante. "No manches, pinche Roberrrr, relájate wey", trató de calmarme mientras me servía otro trago para decirme salud. Yo sabía que el wey le pasaba mis campañas malogradas a su esposa, como si fueran ideas de él, pero nunca se atrevería a aceptarlo. Incluso le dije que mejor me recomendara con ella. Y dijo que le era más útil a él, que ni lo pensara. Hasta que me cansé y lo mandé a la goma. Además, siempre me pareció insoportable, con sus bromas de mal gusto, con su presunción de haber estudiado en la Anáhuac, aunque todos sabíamos que nunca terminó la carrera y que la agencia la heredó de su papi.
Así que apenas renuncié, le dije a Rodolfito que era un cretino aunque, claro, con otras palabras, y encendí un cigarrillo. Mientras me dirigía al elevador me gritó que estaba prohibido fumar en la oficina. Le hice una seña obscena con el dedo y apreté el botón del estacionamiento. Aventé mis cosas hacia el asiento trasero, encendí el auto, salí del edificio y me estacioné a una cuadra. Caminé hacia Reforma y me senté en una banca a esperar que pasara la mujer de mi vida, que algún turista me tomara una foto en homenaje a la nada o simplemente que algún vagabundo me pidiera una moneda para regalarle una sonrisa. Total, no es la primera vez que renuncio. Apenas estaba recordando de cuántos trabajos me habían corrido cuando empezó la lluvia. Por un instante pensé que sólo sería algo pasajero, pero pronto aquello se convirtió en un aguacero. Fui pintor, mensajero, vendedor de seguros, cantinero, mesero en Cancún, recepcionista en un spa para señoras millonarias, guarura de actores, y poco me faltó para ser padrote de niñas ricas, pero preferí seguir mis instintos, terminar la carrera de periodismo y dedicarme a trabajar en cualquier cosa, mientras escribía un gran libro. Sólo que ese gran libro no ha llegado y será por eso que algunas noches me siento incompleto, un idiota incomprendido, alguien que no ha sabido materializar sus sueños. La tormenta había arreciado, la gente me miraba raro. Yo me sientía muy a gusto, liberado, como si me estuviera purificando. Un gran trueno me recordó que mis noches son de fuego, que mis días transcurren lentos, que el futuro está a la vuelta y que he saldado mis deudas con el pasado. Los autos transitaban veloces, pese al asfalto mojado. "¿Se siente usted bien, joven?", escuché la voz de un policía con impermeable. Él se sorprendió con mi sonrisa y más con mi respuesta: "Me siento mejor que nunca". Así que se alejó, intrigado, en tanto que el agua chorreaba por todo mi cuerpo, pero eso no tenía la menor importancia. En ocasiones hay que vencer a la rutina, enloquecer un poco sin dañar a nadie, caminar descalzo sobre el asfalto, incendiar de madrugada un banco, maldecir en persona a los candidatos, escupir a los ladrones de cuello blanco, dormir junto a los perros callejeros y, por qué no, desnudarte junto a los representantes de los 400 pueblos y danzar alrededor de la estatua de Cuauhtémoc.
Roberto G. Castañeda
01 de junio de 2006
Danzar bajo la lluvia
Sentado en aquella banca me sentía a salvo. La lluvia era intensa, pero a mí no me importaba. Aunque eran las siete de la noche, aún no oscurecía. El aguacero apenas comenzaba y la gente corría a refugiarse bajo cualquier cornisa o trataba de conseguir un taxi que no estuviera ocupado. Traté de terminar mi cigarrillo, pero era imposible que no se mojara. Me quedé inmóvil, mirando los autos pasar, sintiendo el agua recorrer mi rostro. Sé que sonará extraño, pero nunca me sentí más seguro, más libre que en ese momento. Media hora antes había renunciado a mi pésimo trabajo en una agencia de publicidad y a un jefe estúpido que pensaba que sus campañas eran una maravilla, aunque no tuviera un sólo cliente importante. Si algo me chocó siempre fue tener que pulir frases del tipo de "en época de tormenta, no salgas sin tus Salvavidas" o "Chiquito, pero grandioso" y "Detrás de un gran hombre, hay una gran tarjeta de crédito". Así que esa tarde le dije a Rodolfo que estaba harto de sus ideas baratas y sus comerciales tontos. Me observó incrédulo, quizá pensando que hay que ser un imbécil para renunciar a 15 mil pesos mensuales. Pero es que no puedes renunciar así-como-así, intentó retenerme. Claro que puedo, sentencié mientras recogía mis escasas pertenencias. Por lo menos me tienes que avisar 15 días antes, creo que dijo. No manches, a poco tú me avisas que no me vas a dar bono de productividad con una semana de anticipación, reclamé, porque a fin de cuentas me entero el mero día de pago. El pinche Rodolfo siempre me ha dicho que mis ideas son muy rebuscadas para sus clientes, pero lo que no acepta es que, curiosamente, esas mismas ideas se le "ocurren" después a su esposa que trabaja en una agencia de publicidad más importante. Es casualidad, me explicó cuando le comenté que era la tercera vez que mis conceptos desechados eran retomados por la agencia de su vieja. Además no eres el único tipo original de este planeta, se burló una noche en la que festejábamos en bola el cumpleaños de Nuria, su secretaria y amante. "No manches, pinche Roberrrr, relájate wey", trató de calmarme mientras me servía otro trago para decirme salud. Yo sabía que el wey le pasaba mis campañas malogradas a su esposa, como si fueran ideas de él, pero nunca se atrevería a aceptarlo. Incluso le dije que mejor me recomendara con ella. Y dijo que le era más útil a él, que ni lo pensara. Hasta que me cansé y lo mandé a la goma. Además, siempre me pareció insoportable, con sus bromas de mal gusto, con su presunción de haber estudiado en la Anáhuac, aunque todos sabíamos que nunca terminó la carrera y que la agencia la heredó de su papi.
Así que apenas renuncié, le dije a Rodolfito que era un cretino aunque, claro, con otras palabras, y encendí un cigarrillo. Mientras me dirigía al elevador me gritó que estaba prohibido fumar en la oficina. Le hice una seña obscena con el dedo y apreté el botón del estacionamiento. Aventé mis cosas hacia el asiento trasero, encendí el auto, salí del edificio y me estacioné a una cuadra. Caminé hacia Reforma y me senté en una banca a esperar que pasara la mujer de mi vida, que algún turista me tomara una foto en homenaje a la nada o simplemente que algún vagabundo me pidiera una moneda para regalarle una sonrisa. Total, no es la primera vez que renuncio. Apenas estaba recordando de cuántos trabajos me habían corrido cuando empezó la lluvia. Por un instante pensé que sólo sería algo pasajero, pero pronto aquello se convirtió en un aguacero. Fui pintor, mensajero, vendedor de seguros, cantinero, mesero en Cancún, recepcionista en un spa para señoras millonarias, guarura de actores, y poco me faltó para ser padrote de niñas ricas, pero preferí seguir mis instintos, terminar la carrera de periodismo y dedicarme a trabajar en cualquier cosa, mientras escribía un gran libro. Sólo que ese gran libro no ha llegado y será por eso que algunas noches me siento incompleto, un idiota incomprendido, alguien que no ha sabido materializar sus sueños. La tormenta había arreciado, la gente me miraba raro. Yo me sientía muy a gusto, liberado, como si me estuviera purificando. Un gran trueno me recordó que mis noches son de fuego, que mis días transcurren lentos, que el futuro está a la vuelta y que he saldado mis deudas con el pasado. Los autos transitaban veloces, pese al asfalto mojado. "¿Se siente usted bien, joven?", escuché la voz de un policía con impermeable. Él se sorprendió con mi sonrisa y más con mi respuesta: "Me siento mejor que nunca". Así que se alejó, intrigado, en tanto que el agua chorreaba por todo mi cuerpo, pero eso no tenía la menor importancia. En ocasiones hay que vencer a la rutina, enloquecer un poco sin dañar a nadie, caminar descalzo sobre el asfalto, incendiar de madrugada un banco, maldecir en persona a los candidatos, escupir a los ladrones de cuello blanco, dormir junto a los perros callejeros y, por qué no, desnudarte junto a los representantes de los 400 pueblos y danzar alrededor de la estatua de Cuauhtémoc.
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