viernes, 14 de julio de 2006

Juan Villoro
El oso y el hombre

El extraordinario documental de Werner Herzog Grizzly Man (El hombre oso) recupera la vida de Timothy Treadwell, un entusiasta con pelo de Príncipe Valiente que durante 13 veranos convivió con osos en Alaska hasta ser devorado por uno de ellos.

Herzog montó el material rodado por el propio Treadwell en sus expediciones. Gracias a las reflexiones en off del cineasta alemán, las imágenes se cargan de gravedad y de sentido. Se diría que el naturalista asumió su misión como un sacrificio religioso. En su último viaje, se quedó más tiempo del debido, en una zona de especial peligro, cerca de ejemplares demasiado viejos para cazar salmones pero no para dar cuenta de un excursionista y de su novia. El trágico desenlace hace que Herzog reflexione en la dificultad de comprender a otra especie: el amor integral de Treadwell exigía la disolución de su existencia. Una y otra vez ignoró los mandatos de los parques nacionales de mantenerse a cierta distancia de los osos. El riesgo que corría formaba parte de los estímulos del viaje; poco a poco, el temor se transformó en la necesidad de ser devorado. Con un dramatismo desprovisto de truculencia, Herzog relata este proceso límite.

El piloto que cada verano llevaba Treadwell al sitio donde ponía su campamento le dice a Herzog que, en caso de poderse enterar de su destino, el excursionista habría aceptado el desenlace natural de convertirse en el almuerzo de un oso, pero no soportaría saber que su depredador había sido cazado.

¿Qué provocó este singular rito de paso? Como tantos, Treadwell deseaba huir de un entorno insatisfactorio: tuvo crisis vocacionales, se inventó un apellido, asumió un falso acento australiano, pasó por el alcohol y las terapias hasta entender que la única forma de sobreponerse a su temperamento bipolar era asumir una pasión extrema por una especie con la que pudiera comunicarse a través de conjeturas, atribuyéndole méritos que lo consolaban. Treadwell santificó a los osos y demonizó a los humanos que supuestamente los perseguían. En sus estancias en Alaska no encontró buscadores de pieles pero la amenaza formaba parte esencial de su mentalidad. La vida agreste representaba para él una purificación. Divertido, mundano, inteligente, Treadwell estaba lejos de ser un fanático o un freak. Sus antecedentes psicológicos revelan angustias e inseguridades bastante comunes. Quizá la mayor discrepancia entre él y su excepcional testigo, Werner Herzog, es que no sólo creyó entender a los animales sino ser entendido por ellos. El hombre oso explora en forma radical el sentido de pertenencia en un entorno donde el afecto debe competir con el apetito.

Mientras los cines proyectaban este documental, un oso corría por el sur de Alemania. Nacido en una reserva del Tirol italiano y bautizado con el código de JJ1, el plantígrado escapó de las zonas controladas y cubrió 300 kilómetros de Austria y Baviera, alimentándose de ovejas y aves de corral. Se trataba del primer oso salvaje avistado en la región en 170 años. Un auto estuvo a punto de atropellarlo en una carretera y unas vacas lo expulsaron de una granja. Sin embargo, cada tanto mataba una gallina y los granjeros lo juzgaron peligroso. Los periódicos alemanes comenzaron a hablar del fugitivo tanto como de los futbolistas del Mundial: el impersonal JJ1 se transformó en Bruno. ¿Qué se debía hacer con él? La dificultad de lidiar con la naturaleza puso el asunto a cargo de otros animales: perros rastreadores traídos de Finlandia. Durante dos semanas, Bruno corrió sin que los lebreles pudieran darle alcance. La gente seguía su ruta esquiva por Internet, y su popularidad adquirió el rango de estrella pop. Las tiendas empezaron a vender camisetas con letreros de "A mí no me alcanzan" y la efigie del insurrecto Bruno Guevara. Para muchos, el oso representaba el espíritu libre de Alemania. Si lo atrapaban, la selección perdería en el Mundial y la vida germana regresaría a su disciplinada rutina, sin más drama que la impuntualidad de un tren.

El oso se había convertido en símbolo de resistencia cuando el Ministerio del Medio Ambiente de Baviera cedió a las presiones de los granjeros y solicitó que los rifles hicieran lo que no habían podido hacer los perros. ¿Escaparía Bruno a la especie letal? Cuatro horas y media bastaron para que fuera abatido por tres cazadores cuyos nombres se mantuvieron en el anonimato, pues diversas asociaciones protectoras de animales habían prometido asesinar a los asesinos. Días después, Alemania perdió en el Mundial ante Italia, patria del oso. En conmemoración de la víctima, se confeccionaron galletas con su imagen.

¿Es posible que un país desarrollado sea incapaz de resolver pacíficamente el caso de un oso fugitivo? ¿Por qué no fue anestesiado por un dardo y conducido a una reserva? Según los perseguidores, anestesiar a Bruno exigía situarse a 20 metros de él, algo demasiado peligroso. Durante 13 años, Treadwell filmó a los osos a unos cuantos pasos. Para Hombre Grizzly, la lejanía era un problema; para las cazadores, representaba su mayor ventaja. Bruno recibió una bala a 150 metros de distancia.

Por las noches, los niños del planeta duermen abrazados a sus osos de peluche. Sin embargo, los animales que sirvieron de inspiración para esos juguetes siguen representando un desafío.

En su novela Las nubes, Juan José Saer reflexiona en la incomprensión entre el hombre y el animal: "Fuera de sus actos exteriores de supervivencia, son inaccesibles para nuestra razón; es más fácil para nosotros calcular los movimientos del astro más remoto que imaginar los pensamientos de una paloma".

No podemos ponernos en el lugar de los animales. Aun más terrible es la indiferencia que les causamos, los ojos sin brillo con que nos miran, la constatación de que jamás seremos su mascota.